A los pocos minutos, distinguió a lo lejos una pequeña figura que se movía velozmente entre la arena y el agua.

En un principio pensó que podía tratarse de algún pequeño animal, pero al aproximarse descubrió que, en realidad, era una niña que no paraba de correr de un lado para otro: de la orilla a la arena, de la arena a la orilla.

El hombre decidió acercarse un poco más para investigar qué estaba ocurriendo:
-Hola -saludó.
-Hola -le respondió la niña.
-¿Qué haces corriendo de aquí para allá? -le preguntó con curiosidad.

La niña se detuvo durante unos instantes, cogió aire y le miró a los ojos.
-¿No lo ves? -contestó sorprendida- Estoy devolviendo las estrellas al mar para que no se mueran.

El hombre asintió con lástima.
-Sí, ya lo veo, pero, ¿no te das cuenta de que hay miles de estrellas en la arena? Por muy rápido que vayas jamás podrás salvarlas a todas… tu esfuerzo no tiene sentido.

La niña se agachó, cogió una estrella que estaba a sus pies y la lanzó con fuerza al mar.
-Para esta sí que ha tenido sentido.