Una persona satisfecha no necesita desperdiciar su energía discutiendo

osho

Una persona satisfecha no necesita desperdiciar su energía discutiendo

osho

Una persona negativa siempre está inquieta, porque no tiene nada; está vacía, enfadada, insatisfecha. Debido a su insatisfacción, su enfado y su vacío, se vuelve cada vez más vengativa y violenta. Una persona positiva, que ha tenido una experiencia, se vuelve cada vez más tranquila y silenciosa. No tiene nada que defender.

No tiene que decir nada; está tan satisfecha que no necesita desperdiciar su tiempo discutiendo. Se mantiene anclada en su propio centro. Y con el tiempo va afirmándose cada vez más, hasta el punto de olvidarse. No olvida solo la desdicha, sino también la dicha…, porque se acostumbra a ella…, respira dicha día y noche. Se convierte en su propio ser y olvida que es un ser dichoso, que está experimentando el éxtasis. Resulta tan natural como respirar, como el latido de su corazón.

Antes de que ocurra tendrás que hacer un esfuerzo —por compasión— para mostrar el camino a otros. Caminan a tientas, en la oscuridad, quieren que se abra una puerta. Están cansados de arrastrar cadenas y grilletes, quieren que alguien los ayude a liberarse, quieren alguien que les diga: «Sí, la libertad existe».

Se han vuelto desconfiados…, quizá la libertad sea un sueño, la dicha sea un sueño, el éxtasis sea un sueño. Mientras tanto las personas negativas les dicen que todo esto es pura imaginación, una hipnosis; que no es real. Pero en su fuero interno sienten un anhelo, aunque las personas negativas se hayan ocupado de distraer y corromper su mente.

Cualquier persona que haya tenido una experiencia (de iluminación) puede convertirse en una garantía que anime a los demás. Antes de quedarte totalmente satisfecho, tienes que ayudar a la gente… Para que sientan renacer la esperanza, abrir una ventana, descubrir puertas que no habían visto; darse cuenta de que estaban escuchando a la gente equivocada, bajo el influjo de la oscuridad negativa y sin poder abrir los ojos a la luz positiva.

OSHO

Arrepentimiento

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Arrepentimiento

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  • PRIMERA PARTE: Hágase tu voluntad… en la Tierra.

  • SEGUNDA PARTE: El mundo y el significado de nuestra existencia.

  • TERCERA PARTE: El Renacimiento. La idea del Reino de los Cielos.

  • CUARTA PARTE: La ilusión del hombre de que todo es para su «bien».

  • QUINTA PARTE: La Parábola del Hijo Pródigo.

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PRIMERA PARTE: Hágase tu voluntad... en la Tierra.

¿Habrá oración más extraña que esta?: «Hágase tu voluntad… en la Tierra.» El significado implícito es que la voluntad de Dios no se hace en la Tierra. Y, a pesar de esto, las personas religiosas imaginan que todo lo que ocurre en la Tierra es siempre la voluntad de Dios. Procuran consolarse y darse ánimos con este pensamiento, aun ante los accidentes más necios, ante el desastre y la muerte. Y quienes no son religiosos lo toman como una prueba de que no hay Dios. Hay algo extraño en todo esto. Cierta falta de comprensión, o algún malentendido. O bien una confusión en el pensamiento. Se juzga la existencia o no existencia de Dios según lo que pasa en la Tierra. Cada década que pasa vemos la aparición de libros que parecen demostrar que la existencia de Dios es un imposible ante todo el mal que hay en el mundo, ante tanta crueldad y ante todo el despilfarro que hay en la naturaleza. En la intimidad de sus pensamientos, muchas personas llegan a estas conclusiones o a otras muy similares. Presencian un accidente en el que de pronto mueren varias personas inofensivas, o bien una epidemia que mutila o destruye a decenas de niños; erupciones volcánicas, inundaciones y hambrunas que barren con millones; ven la crueldad de la naturaleza, o su indiferencia, animales que viven nutriéndose de otros animales y una serie de supuestas «leyes despiadadas» que gobiernan la creación. En vista de esto, y si nos apoyamos en el mundo perceptible a nuestros sentidos y a nuestras limitadas conjeturas, parece ineludible preguntarse: ¿En base a todo aquello nefasto y catastrófico que ocurre en la vida de un hombre y en los aconteceres en todo el planeta, podemos creer que existe un Dios, como el Principio Supremo y más elevado de justicia, compasión y amor?… Esta es uno de las primeras preguntas que confronta alguien que comienza a pensar seriamente en las razones y causas de la condición y de la situación humana.

Ahora bien, por regla general, este pensamiento da como resultado la duda o el pesimismo. Y tiene razón el ateo que, buscando en todas las conclusiones que le ofrece el mundo visible, con todas sus tragedias, concluye que la vida, tal cual la ve, no enseña nada acerca de la existencia de Dios. No obstante, no entiende que lo que sucede en la Tierra sencillamente «sucede», e intenta con su pobre comprensión ir más allá, y hasta quiere ver en los desastres que sufre la humanidad algún significado especial en distintas formas. Existen muchas personas que creen ver que todas las cosas que ocurren son una especie de «castigo» dispuesto por Dios mismo o que son una prueba impuesta a cada uno según sus acciones. Lo cierto es que muchos ven en todo ello algo que denominan como «la voluntad de Dios se hace en la Tierra…» Pero, esto es algo que se desmiente en el Nuevo Testamento si se hace el esfuerzo de estudiarlos y comprenderlos. Tratemos de comprender lo que nos ha sido legado en los Evangelios en este sentido. Recordemos lo mencionado en ellos cuando los discípulos informaron a Jesús que Pilatos había dado muerte a varios galileos. Jesús les respondió: «¿Pensáis que estos galileos, porque han padecido tales cosas, hayan sido más pecadores que todos los galileos?…» (Lucas, XIII, 1/5). Es evidente que los discípulos de Jesús creían que Dios había castigado a estos galileos por sus «pecados». Se explicaron la catástrofe de esa manera y es justamente así como la mayoría de los hombres suele considerar las desgracias ajenas. Los discípulos vieron «la mano de Dios castigando el mal en la tierra». De esto sigue que, conforme a tal razonamiento, los galileos que sacrificó Pilatos debían haber sido especialmente malos, malvados, impíos. Sin embargo el relato nos dice que Jesús les pregunta si en realidad creen eso, y añade: «No… Os digo; antes, si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente…» ¿Qué significa esto?… Que lo importante no es cuestión de «pecar» o «no pecar», ni de un castigo en la vida, como tampoco de explicar lo que sucede ordinariamente en ella. Explícitamente se dice que lo importante es «arrepentirse»… Que la vida no prueba nada. Que las personas que sufren una muerte atroz no son más pecadoras que otras. Que lo que vemos no tiene ninguna relación con estas cosas. Que si esperamos que el mundo visible nos demuestre que Dios existe o no existe, jamás lo conseguiremos.

Sin embargo, todo esto es lo que justamente esperaban o pensaban los discípulos, pero Jesús les dice que la respuesta no la hallaran ahí, en los hechos visibles, sino en algo que durante muchos siglos los innumerables recopiladores y transcriptores de los Evavngelios han traducido como «arrepentimiento»… Esta palabra «arrepentimiento», sin embargo, no proporciona el verdadero sentido de su original en griego. La actitud de los discípulos de Jesús ante la vida y ante la enseñanza que estaban recibiendo era en ambos casos errada. Los discípulos mezclaban sus ideas ordinarias de la vida con las que Jesús procuraba entregarles. De modo que, y según nos cuenta el relato, el maestro les pregunta si se imaginaban que los que habían muerto en un connotado accidente en esa época, en un suburbio de Jerusalén, eran «pecadores impenitentes». Jesús les pregunta: «¿Pensáis que aquellos dieciocho… sobre los cuales cayo la ‘torre de Siloe’, matándolos, fueron más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? No, y de cierto os digo; antes, si no os arrepintiereis, todos pereceréis asimismo…» (Lucas, XIII, 4/5). Como se puede ver, la señal para buscar una respuesta de Jesús es la misma para las dos preguntas: los males que las gentes sufren en la Tierra nada tienen que ver con un «castigo divino», y no han de tomarse de este modo. Buscar a Dios en la vida, indagar en ella con ansiedad, apoyándose siempre en lo externo y dejándose siempre influir por lo que ocurre fuera y por todos los incidentes y circunstancias que se «suceden» uno tras otro, es perder por completo el sentido de lo que Cristo enseña.

Sin embargo, y tan mal se entiende esto comúnmente, y es tan difícil captar su significado, que ciertas versiones del Evangelio dan una síntesis del Cap. XIII de Lucas titulándolo: «Cristo enseña la necesidad de arrepentirse ante el castigo de Dios a los galileos y a otros…» Lo asombroso de todo esto es que justamente es lo que Cristo NO señala… Cristo aun acentúa su significado, añadiendo un ejemplo a fin de aclararlo lo más posible y para que sus discípulos vean cuan errada es su actitud hacia la vida. Le preguntan acerca de los galileos y él les indica que su muerte nada tiene que ver con un «castigo divino», ni con sus «pecados». Y agrega que la caída de la «torre de Siloe», que mató a dieciocho, tampoco lo es. Sin embargo, esta errada actitud hacia la vida, y que Cristo procura corregir en sus discípulos en los relatos anteriores, ha persistido a través de todo el pensamiento religioso durante siglos y ha terminado por producir la diferencia tan fatal que hoy vemos entre la religión y la ciencia. Todos los libros y las enseñanzas religiosas pueden dividirse en dos categorías: una, la abrumadora mayoría, parte desde el punto de vista de los discípulos; la otra, muy reducida, del significado de las respuestas de Jesús. Es evidente que en la respuesta que Jesús da a los discípulos va implícita la idea de que la «voluntad de Dios no se hace en la Tierra». Y para ahondar más la comprensión de esto podemos ver que esto es precisamente lo que se indica en la oración del Padre Nuestro: «Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo…» Por tanto, sacar conclusiones acerca de Dios guiándose por lo que ocurre en la Tierra, es partir de un punto de vista completamente errado. Pero, como es tan difícil para un hombre ordinario separarse de la percepción de sus básicos sentidos, este siempre parte desde este punto de vista en sus reflexiones acerca de la existencia de Dios.

La inmensa mayoría de la gente parte desde este básico nivel de comprensión, de la misma manera como debieron haberlo hecho los discípulos de Jesús cuando este intentaba que comprendieran, y así de esta manera todo se revuelve en la mente, condicionándola y limitándola. Al igual que los discípulos de Jesús, que querían recibir algunas reflexiones morales acerca del pecado apoyándose en las noticias del día, las gentes de nuestro tiempo consideran que el mundo externo y visible es el «primer teatro de la venganza divina». Ven la mano de Dios en todos los acontecimientos de sus vidas y en los que ocurren en toda la Tierra. Lo ven distribuyendo castigos y recompensas según la conducta humana. Hasta quieren ver la mano de Dios en las guerras. Creen que Dios está de su parte en ellas y que su propia victoria significará el cumplimiento de la «voluntad divina». Y es así que incluso algunos ven a Dios como la encarnación del derecho y la justicia en la Tierra. Pero, lo que Jesús refuta es justamente esta idea externa de la religión, la idea que se apoya en los sentidos. Dice que todos correrán la misma suerte a menos que se «arrepientan»… Pero… es aquí en donde en el transcurso de los siglos todo se ha desvirtuado, gradualmente y sin remedio.

Es necesario preguntarse: ¿Qué es arrepentirse? ¿Cómo hemos de entender la palabra arrepentimiento? Discernir hasta cierto punto el significado de esta referencia es posible, y comienza a vislumbrarse en su contextura, en la forma como la emplea Jesús para aclarar a sus discípulos, para indicarles cuan errados van al tomar las cosas del mundo como la «voluntad de Dios». Arrepentimiento es una palabra castellana muy equivoca en este contexto, debido a que no traduce en forma alguna su sentido y significado del texto original en griego. Se refiere a que la vida debe aprender a verse de una manera distinta. Existe otra manera de enfocar la vida, y esto es lo más importante que puede uno entender. Jesucristo dice que a menos que el hombre se «arrepienta» es un Ser del todo inútil y que todos los hombres sufrirán una suerte común. Es decir, la misma suerte que aguarda a todo el que no ha llegado a la etapa de entendimiento que se llama «arrepentirse», que aquí tratamos de traducir como «una nueva actitud frente a la vida», o como una «correcta transformación de la mente». Ver la voluntad de Dios en todas las cosas que suceden en la Tierra es no entender lo que quiere decir esta palabra tan interesante: «arrepentimiento». Únicamente por medio de lo que tan equívocamente es llamado arrepentirse a lo largo de los Evangelios es como un hombre, una mujer pueden corregir semejante actitud ante las cosas de la vida. Y en los Evangelios se nos señala además que tanto usted no se arrepienta, sufrirá un destino común con todos los demás, aún sean estos llamados buenos o malos, morales o inmorales, píos o impíos. Es decir se nos dice que de un modo u otro, todos tomamos la vida erradamente, y a menos que este error inicial se corrija, todos sufriremos el mismo destino. Sin este «arrepentimiento», se puede considerar un fracaso la buena como la mala «moral». Recuerden lo que Jesús dice: «¿Pensáis que aquellos dieciocho… sobre los cuales cayó la torre de Siloe, matándolos, fueron más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? No, y de cierto os digo; antes, si no os arrepintiereis, todos pereceréis asimismo…» (Lucas 13). Además recordemos que en aquella época vivían en Jerusalén muchos hombres de buena y de mala moral, justos e injustos, buenos y malos ciudadanos, tales como los hay actualmente en cualquier ciudad del mundo: Londres, Paris, Berlín, etc. Y que, a menos que se arrepintieran, todos perecerán de la misma manera. Antes, «si no os arrepintiereis, todos pereceréis asimismo…»

Ahora bien y para un correcto pensar sobre todo lo dicho, primero que todo es necesario comprender que la palabra que en todo el Nuevo Testamento aparece traducida como «arrepentimiento» es la palabra griega «metanoia» (μετανοια). Hallamos la raíz griega ‘meta’ (μετα) en muchísimas palabras de uso corriente en el español castellano, tales como metáfora, metafísica, metamorfosis, etc. Tomemos algunos de estos ejemplos; la palabra metáfora significa «transferir el significado». Hablar metafóricamente es hablar más allá de la palabra en su significación literal, llevarla por encima o más allá y de este modo trasladar el sentido de lo que se dice a un plano distinto de la palabra en sí. Por su parte, la metafísica se refiere al estudio de lo que yace más allá de lo observable en la ciencia física pura, como el estudio de la naturaleza del ser, la teoría del conocimiento o el hecho de la conciencia. Metamorfosis es la palabra que describe la transformación de la forma en la vida de los insectos como la transformación de una oruga en mariposa. Es un traslado, transferencia o transformación de una estructura a otra del todo nueva y que yace más allá de la anterior. En el caso de «metanoia”, la raíz «meta» indica transferencia, traslado o transformación. Denota «algo más allá». La segunda parte de esta palabra «noia», proviene del griego «nous», que significa «mente». Por consiguiente, la palabra «metanoia» tiene entonces que ver con la transformación de la mente. ¿Por qué, entonces, la palabra «arrepentimiento» resulta inadecuada?… O, dicho de un modo más preciso, ¿por qué constituye aquí un error?… La palabra castellana arrepentirse proviene del latín «poenitare» que quiere decir «tener pena». Penar, sentir pena, lamentar, es un estado de ánimo que todos experimentamos de vez en cuando. La palabra griega «metanoia» yace muy por encima de este significado. No se refiere a un estado de ánimo. No contiene ni la menor sugestión de pena o lamentación. Se refiere a una «nueva mente», y no a un «nuevo corazón», pues es del todo imposible cambiar el corazón, cambiar la manera de sentir, sin haberse hecho una mente nueva. Y una mente nueva significa una nueva manera de pensar, una modalidad de pensamiento totalmente nueva, con ideas nuevas, con nuevos conocimientos, con una actitud enteramente nueva hacia todo en la vida.

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A pesar de lo mucho que se ha dicho y escrito acerca de esta palabra, de tan tremendo significado, y acerca de su errada interpretación, y a pesar de que muchos estudiosos y eruditos han insistido una y otra vez en que el término arrepentimiento no es su traducción verdadera y exacta, todas las traducciones ordinarias del Nuevo Testamento aun llevan la palabra arrepentimiento, implicando con ello que lo que se enseña es un supuesto cambio moral y no mental. En este punto nos será de provecho volver a las palabras que Jesús dice a sus discípulos respecto de los galileos muertos por Pilatos y los dieciocho que perecieron en el accidente de Siloe. Volvamos a ellas teniendo presente el significado de «metanoia» como lo hemos señalado. Y así se nos aclarará el dialogo del relato evangelista… Veamos de que manera podemos entender esto: Los discípulos piensan erradamente, y Jesús no les responde en el sentido de «si no os arrepintiereis», sino en el sentido de «si pensareis muy diferentemente»; o sea, si no se cambiasen de manera de pensar Jesús les advierte que, de otro modo, quedarán sujetos y petrificados y no podrán huir del destino común que aguarda a la generalidad de las personas que siempre parten de lo aparente, de lo visible… en suma, que parten de los sentidos o derivan sus opiniones de las pruebas tangibles. Entonces podemos decir que el primer paso para una verdadera comprensión es la «metanoia». Las gentes pueden recibir tal cumulo de dolores y heridas en la vida que les hagan perder toda creencia y lleguen hasta dejar de pensar. Entonces, procurarán gratificarse en lo posible, o bien abandonarán toda esperanza y vivirán realmente muertos. Pero, en algunos casos, los hay que comienzan a reflexionar en lo que les acontece. Y poco a poco, y si hacen más allá incluso del máximo de un intimo y propio esfuerzo de comprensión posible, llegarán a tener un nuevo punto de vista, una nueva manera de enfocar la vida. Y es en estos casos en donde puede iniciarse en el pensamiento «algo nuevo» y de un modo individual. Es ahí en donde un hombre puede empezar a tener una nueva y correcta actividad de la mente, lo que implicará que puede comenzar a «despertar». En los sufrimientos, catástrofes, o cuando sobrevienen desastres personales, uno siente a menudo que todo cuanto ocurre en la propia vida es algo completamente irreal. Este es un entendimiento correcto, pues esto es, verdaderamente cierto. Es algo que bordea el estado en que se puede alcanzar la «metanoia», la transformación de la mente. Las cosas, entonces, aparecen bajo otra luz. Algo nos hace comprender en aquellos momentos es que lo que sucede en la vida no es lo verdaderamente importante, sino que lo único que importa es la «propia actitud» frente a los inesperados aconteceres. Por un instante se alcanza un punto crucial en el que es posible una revolución de la mente. Y lo que antes era pasivo y estaba bajo el dominio de los sentidos y los acontecimientos de la vida, deja de someterse al mundo exterior y empieza a tener una existencia independiente.

En la Epístola de Pablo a los Corintios puede verse con toda claridad cuan poco adecuada es la palabra arrepentimiento. Acerca del «despertar de la mente activa» trata el apóstol Pablo en la cita que veremos en seguida, donde la palabra arrepentirse se da varias veces en la versión castellana, a pesar de que en el original griego la palabra «metanoia» aparece solamente una vez: «Porque aunque os contriste por la carta, no me arrepiento, bien que me arrepentí; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo os contristo, ahora me gozo no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios. Para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte.» (II Corintios, VII, 8/9). «Fuisteis contristados para arrepentimiento…», o sea que la buena índole del sufrimiento de los corintios fue lo que les condujo al arrepentimiento. En el original escrito en griego de esta cita se da la palabra «metanoia» solo una vez, ahí donde dice «para arrepentimiento» (eis metanoian – εις μετανοια), y solamente demuestra cuán inadecuada es la palabra arrepentimiento. Cuando Pablo dice de sí «no me arrepiento», emplea un término muy distinto, (μεταμελομαι), que equivale al latín «poemitentive» y que es, justamente, el origen de lo que en el español castellano se traduce como arrepentimiento. Sin embargo, todas estas palabras, de tan infinitos valores en el griego, se traducen al castellano con una sola. De esta manera podemos entender que ni la pena ni el arrepentimiento ordinario producen una transformación mental. El hombre puede afligirse, mas no hasta el punto de producir en él una «metanoia». Pero hay cierto tipo de sufrimiento que lleva hasta la metanoia, y a este se refiere Pablo y lo contrasta con el sufrimiento corriente de la vida: «Porque el dolor que es según Dios obra arrepentimiento saludable… mas el dolor del siglo obra muerte». (II Corintios, VIL 10).

Sir Dean Stanley, uno de los pocos comentaristas europeos que entienden el significado de «metanoia» dice: «Este pasaje demuestra cuán inadecuada es la palabra arrepentimiento… Fuisteis contristados de tal modo que cambiasteis de manera de pensar; o, vuestro arrepentimiento equivale a una revolución de la mente…» Tal es lo que se quiere decir. En un sentido más profundo es el sentido mismo de la vida, el de llevar al hombre al punto en que en vez de decirse a ciegas: «esto no puede ser cierto», le haga despertar y por un momento darse cuenta de la irrealidad de lo que ocurre en el mundo, y también de cuan irreal es su conexión con él. Esto es la metanoia: el principio de la transformación de la mente. Todo el motivo de las observaciones de Jesús a propósito de la muerte de los galileos y del accidente de Siloe, es indicar que el verdadero sentido de la frase: «Hágase tu voluntad… en la tierra», no puede captarse sin antes haber entendido la palabra «metanoia», la transformación mental. Sin embargo es necesario que reflexionemos sobre esto que voy a señalar, y lo tengamos presente: «por mucho que creamos saber lo que significa metanoia; la verdad es que no lo entendemos en nuestro actual nivel de pensamiento. Y, a menos que el hombre separe en sí mismo el mundo visible con todos sus acontecimientos, de la idea de un significado supremo de su propia existencia en la vida visible, permanecerá en una condición en que la metanoia, la transformación mental, es un imposible.» El verdadero arrepentimiento, que es una nueva actitud, una manera totalmente distinta de pensar, solo puede iniciarse cuando la persona se da cuenta de que la voluntad de Dios no se hace en la Tierra.

A menudo, cuando se enteran de alguna desgracia ajena, las gentes dicen: «Se lo merece…» En mayor o menor grado, todos sostienen este punto de vista, aunque cada uno piense lo contrario. Todos los que se tienen por muy morales y que entienden la religión solo en lo que llaman términos morales, se afirman en tal punto de vista. Esta es la opinión externa de la religión, según la cual la existencia en la Tierra constituye una especie de castigo o de recompensa; una idea que se apoya en la noción de que la voluntad de Dios se hace en la Tierra…Todos hemos sido testigos del trato que reciben algunas personas, según esta noción. Recuerdo un caso singular en el que un hombre considerado por todos como sumamente moral, un médico misionero, trató a una joven enferma de sífilis de este modo, como si fuese el castigo de Dios por sus pecados y que por lo tanto se le había de considerar un Ser vil. Para él ella no era digna de que se la anestesiara para una operación local sumamente dolorosa. ¿No es acaso muy cierto que toda la crueldad, el salvajismo, la tortura, el odio y el mal que marcan los jalones de la historia religiosa, se apoyan en el error fundamental de ver la voluntad de Dios en todos los acontecimientos en la tierra, y de este modo en la creencia de que la conocemos? Por consiguiente, es de una importancia esencial hacer un esfuerzo y procurar comprender lo que Jesús dice a sus discípulos a propósito del sacrificio de los galileos y los muertos en el accidente de Siloe. Estos hechos nada tienen que ver con la voluntad de Dios. Jesús pide a sus discípulos que consideren tales cosas desde otro punto de vista, y ello significa que cambien de manera de pensar; no significa de ninguna forma que deben arrepentirse. ¿De que iban a arrepentirse los discípulos, en un sentido corriente, por lo sucedido a los galileos y a las víctimas de Siloe? Este cambio en la manera de pensar significa que el hombre ya no ha de alimentarse con la idea de un Dios que castiga a las gentes por sus pecados, o que quienes no concuerdan con condicionadas opiniones morales o principios religiosos son unos pecadores, y que si les sobreviene alguna desgracia es claro signo de que Dios les castiga por ser tan perversos. Jesús no deja lugar a dudas de que tal «actitud» hacia la vida, es un error.

Sean o no religiosas, las gentes a menudo creen que quienes desacuerdan con ellas, ya sea en cuanto a política o cosas sociales, aparte de las religiosas, son unos perversos. Entonces asumen ante ellos una actitud de suficiencia o de superioridad. Y hasta creen que se les debe castigar y destruir. Su creencia es del mundo y se apoya en el mundo. Es una creencia exterior y no una «certeza intima», algo que llevan dentro de sí. Y a menos que este punto de vista se abandone por completo, no puede haber siquiera un comienzo de desarrollo interior en un hombre. Pues en nada cambia las cosas el hecho de que una persona juzgue a otra por su religión o su política, por su moral o cualquier otro motivo. La verdad es que todo lo que corresponde a la vida, al mundo exterior, cuanto atestiguan nuestros pobres sentidos, no es el punto de partida para el hombre que anhela la transformación que Jesucristo señala, primero como «metanoia» y, más adelante, como «renacimiento». La «metanoia» o el cambio en la manera de pensar es la primera etapa para un verdadero desarrollo del hombre. Y el primer jalón de este cambio consiste en dejar de imaginar que la voluntad de Dios se hace en la Tierra. De modo que la frase del Padre Nuestro que dice: «Hágase tu voluntad… en la tierra» es de una importancia incalculable si se la estudia junto con todo lo que Jesús señala a sus discípulos cuando estos interpretan la muerte de los galileos y aquel desastre de los dieciocho de Siloe como castigo por sus pecados. Lo evidente, insisto, es que los discípulos se hallaban al nivel mental de los que creen que la «voluntad de Dios» se hace en la Tierra, que todo lo que ocurre en la Tierra es el resultado de esta «voluntad Superior». Lo que Jesús en realidad dice a sus discípulos con relación al relato de la muerte de los galileos en la caída de la torre de siloe, se podría interpretar así: «A menos que cambiéis de manera de pensar, pereceréis como han perecido ellos…» Y este es el primer ejemplo que muestra con toda claridad lo que Jesús enseñó acerca del significado de esta difícil palabra: «metanoia».

La mezquindad del entendimiento humano es extraordinaria; hace pensar que si alguien que no está persuadido del mismo criterio que uno llega a sufrir alguna desgracia, se la tiene bien merecida. Esto se apoya en la errada idea de que la vida exterior y los males del mundo comportan un significado para nosotros. Toda mezquindad es una insignificancia; es la falta de un significado suficiente. Sea cual fuere la forma como entendamos el símbolo supremo del significado Dios, y aunque creamos o no creamos en Dios, el hecho es que cada uno de nosotros obra personalmente a base de lo que tiene significación para sí. Nadie podría existir sin ello… Una existencia que no signifique nada es insoportable. De modo que resulta evidente que cada hombre comprende y establece una diferente relación con su propio significado. Pero Jesús indica que es un gran error ver este significado en la vida, es decir, el ver el propio «significado supremo», al que los hombres le han puesto, además de otras palabras: Dios. Esto debe comprenderse: El significado más alto existe aparte de los inciertos acontecimientos que se producen en la vida, y a menos que el hombre pueda cambiar de manera de pensar al respecto, sufrirá la suerte común de lo bueno y lo malo que hay en el mundo. Un hombre en esta condición no ha encontrado aún un apoyo cierto desde el cual comenzar. En otras palabras, si cada uno de nosotros no podemos cambiar esas maneras de pensar habituales, partiremos de una base errada si al creer en Dios como la fuente de todo significado, creemos también que hay un significado en nuestra existencia personal, y comenzamos a buscarlo en la vida exterior, tomando las recompensas y los castigos del mundo como hechos llenos de significado. Esto se deduce de la singular importancia que tiene la palabra «metanoia».

El hombre no ha de partir de las exterioridades. Si lo hace, como lo hace la mayoría, quiere decir que es incapaz de cualquier cambio ulterior, es decir de una evolución de lo que es. El hallar significado en las exterioridades, el tomar significados que se encuentran en la vida externa y juzgar por ellos conforme a la propia educación, es contrario a la «metanoia», coarta un cambio en la manera de pensar. Pero la cuestión estriba en que no hay quien este del todo libre de estas opiniones. Y en realidad todo individuo particular alimenta la propia estimación y adoración con sus creencias externas, con los antecedentes formados en sus primeros años, con el sentimiento de que es mejor que otros, ya sea que ocupe en el mundo un lugar destacado o modesto. Y todos creen que debido a su religión o a cualquier otro motivo, que el mundo exterior es el «teatro de una acción moral» en el que nos auto-adjudicamos el papel de la verdad, y que en este «teatro» se ha demostrar a los demás si es necesario, con el desprecio, la violencia o la persecución, que siempre estamos en lo cierto. De modo que no hay quien no vea un significado supremo en las cosas de este mundo —y esto es Dios en la vida exterior— , y no hay quien no esté de acuerdo con esto. Así obran de la mismo manera, el moralista, el político, y también el altruista, etc. Es sumamente difícil desprenderse de semejante punto de vista. Pero comenzar a hacerlo es empezar a transformar la propia mente, es iniciar la «metanoia». Sin darse cuenta de que lo hacen, todos juzgan la vida conforme a su moral establecida formativamente, de acuerdo a lo que llaman sus principios, etc. Y todo esto se apoya en la opinión de que la vida exterior es la fuente de todo. Pero Jesús enseña que de este modo no se obtiene nada. Lo que ocurre en la vida exterior no nos guía. Mas las gentes piensan que todo radica en la vida misma. No advierten que la vida permanece igual, hagan lo que hicieren; y no captan el hecho de que, en virtud de su propia naturaleza, la vida es algo que puede llevar al hombre a la «metanoia», que es una meta divina y suprema. La vida externa no es el lugar donde la voluntad de Dios se hace, y por eso la oración dice: «Hágase tu voluntad… en la tierra». A menos que la persona entienda lo que esto quiere decir, y a menos que empiece a captar sus implicaciones, no sabrá lo que dice cuando reza el Padre Nuestro. Pero esta frase no es la única que ha de comprenderse de una manera nueva en el Padre Nuestro, ha de intentarse con todas. De modo que quien rece el Padre Nuestro ha de estar en un elevadísimo «estado de conciencia», entendiendo el valor de cada palabra y de cada frase para que tenga un verdadero significado Es decir, para que sea una oración en el verdadero sentido de lo que debe ser una oración. Y esto sería la «metanoia» en su significado más profundo.

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SEGUNDA PARTE: El mundo y el significado de nuestra existencia.

Pablo escribe en su carta a los romanos: «Porque las criaturas sujetas fueron a vanidad, no de grado más por causa del que las sujetó…» (Romanos,VIII, 20) El apóstol Pablo se refiere al estado de cosas en la Tierra. Así dicha, es una idea muy extraña y alarmante. Dice que la vida en la Tierra no es para el bien del hombre y que tampoco la gobierna el bien. Afirma que en la Tierra «todo sucede»… No expresa que las cosas del mundo estén bien, que se hagan intencionalmente o que las gobierne un Dios Supremo. Antes, manifiesta todo lo contrario y lo dice sin rodeos; afirma que todas las cosas de la Tierra están sujetas a vanidad, no porque sus habitantes así lo quieran, sino por causa del que las sujeta. Esto implica que hay un «poder» con respecto a la creación de este pequeño mundo, la Tierra, un poder hostil al hombre en su vida. Tal afirmación de Pablo nos será incomprensible si suponemos que todo lo que tiene poder sobre la creación en la Tierra ha de recibir el nombre de Dios, y si a la vez creemos que Dios es Uno y Bueno. Si hay un Dios Supremo que gobierna directamente todos los «mundos fenoménicos» de la creación, y que su voluntad les llega a todos directamente, ¿Cómo es posible que haya quien diga que su creación está sujeta a vanidad, contra su voluntad? ¿Cómo puede Pablo hacer semejante afirmación? Pablo dice que como parte de la creación, el hombre está por fuerza y contra su voluntad, sometido a la vanidad. ¿Podrá uno así acariciar la idea de que Dios es Bueno? Por cierto que si vemos la vida y sus cosas en la creencia de que un Dios Supremo y Bueno lo dirige todo, nos será imposible explicar siquiera una fracción de los incidentes que tienen lugar en la Tierra. Pero Pablo no afirma que la potestad que gobierna u obra en esta Tierra, con todas sus criaturas, sea «buena». En realidad, habla de un «Dios de este siglo que cegó los entendimientos» (ό θεος του α´ωνος τουτου, II Corintios, IV, 4). Como parte de la creación, el hombre está sujeto a vanidad y se halla a merced de algún poder, de alguna influencia, de algún bien, que obra contra su voluntad, contra lo que él como hombre quiere. «Las criaturas sujetas fueron a vanidad, pero no de grado, fueron sujetas contra su voluntad». Pero ¿la voluntad de quién?.. «Por causa del que las sujetó»… Y Pablo no lo llama Dios. ¿Cómo lo explica Pablo?… él lo dice en griego «ματαιοτης» (en griego esto significa ; fracaso, inutilidad, insensatez o, en latín; frustración, en vano.) Y agrega: «…con esperanza de que también las mismas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.» Pablo dice que todos estamos en esta misma situación: «Porque sabemos que todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora… Y no solo ellas, mas también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos…» Como si estuviésemos en una estrecha celda, «esperando la adopción», como «hijos de Dios». Se reconoce aquí todo el sufrimiento inútil de la creación del mundo. No pretende ocultarlo, ni pretende decir que estamos en el mejor de los mundos. Todo este sufrimiento, todo este dolor, toda esta miseria, muerte, destrucción e insensatez, no pueden de ninguna manera explicarse a sí mismos. La vida no se explica como tal. No se puede entender tal cual la vemos o creemos que es. Tras su apariencia exterior y visible hay otra idea y esta idea esta oculta para nosotros y en nuestra condición. No es una idea que derive de las deducciones que en nuestra mente se origina en los sentidos, sino una idea de la que no hay «prueba sensual» alguna.
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TERCERA PARTE: El Renacimiento. La idea del Reino de los Cielos.

Si queremos comenzar a entender el sentido y el significado práctico de la enseñanza que contienen los Evangelios, será preciso que nos desprendamos de cuanta opinión sentimental hay al respecto. Todo «sentimentalismo» es una reacción inconsciente a aquello que no se comprende. El significado interno y real de la enseñanza de Cristo no es sentimental. No tiene nada que ver con consuelos para débiles e inútiles, ni fomenta una esclavitud interior a una moral subjetiva. Toda aquella plaga de libertades sentimentales, tan tremenda y despiadada que vemos en literatura, arte y poesía, son cosas que crecieron en torno a la enseñanza de Cristo y nos sirven como ejemplo de la más acabada falta de comprensión de lo que realmente significa su enseñanza. La enseñanza de Cristo trata de una «posible revolución individual» en el hombre. Si tratamos de hallar la primera palabra técnica; mejor dicho, técnicamente hablando, la primera etapa que el hombre precisa alcanzar antes de poder proseguir su desarrollo, es precisamente la difícil palabra de la cual estamos hablando; «metanoia». Juan Bautista, el «heraldo de las buenas nuevas de Jesús», aparece predicando el arrepentimiento, o sea la «metanoia», un cambio en la manera de pensar, o una transformación de la mente. A menos que la persona comience a pensar de una manera enteramente nueva no podrá penetrar en todo cuanto sigue en la enseñanza cristiana. En la enseñanza que esencialmente contienen los evangelios, todo lo demás depende de este primer cambio y quien no logra este punto de partida no podrá entender hacia donde apunta esta enseñanza encubierta en parábolas y paradojas tan difíciles de comprender. Al tratar con sus discípulos del significado de esta palabra, Jesús enseño un estado subsiguiente, cuyo término técnico es «renacimiento». Este es el estado que sigue a la «transformación mental». Pero ambos, Juan Bautista y Jesús, enseñaron otra idea. Juan predicó la «metanoia» y el «Reino de los Cielos»; Jesucristo, hablando a Nicodemo, señaló el «renacimiento» y el «Reino de los Cielos». Lo que hemos de captar en esta idea es que sin la idea del Reino de los Cielos, la «metanoia» o transformación mental, sería imposible. Y no es posible captar esta idea a menos que uno se dé cuenta de lo que significa la posible evolución individual; o sea que todo hombre que habita este planeta contiene en sí mismo la posibilidad de despertar su capacidad para lograr cierto auto-crecimiento interior y cierto desarrollo y evolución individual. Este es el verdadero significado y el sentido más profundo de lo que comienza con la «metanoia».

Pero la transformación mental es inútil a menos que se tenga en vista otra idea que haga posible este cambio y que le dé un sentido y un logro. Si la vida en este mundo lo es todo para un hombre, entonces la «metanoia» resulta imposible para él. Y esta otra idea hace que toda la psicología inventada por el hombre carezca de importancia y sea arbitraria. Si el hombre nace en la Tierra como un ser capaz de una transformación latente en sí mismo (comparable a la transformación de una oruga en mariposa, transformación latente en la oruga), entonces ha de haber una verdadera y genuina Psicología del hombre. Y la hay. Es la Psicología de la propia transformación. Si esta transformación no existe, todos los sistemas psicológicos no pasan de ser modas transitorias y pura invención. De modo que si deseamos comprender de lo que tratan los Evangelios, hemos de entender que tratan de un posible desarrollo interno o de la transformación del hombre, y que su punto de partida es la «metanoia». Y como ya lo hemos visto, esta metanoia comienza con el hecho de darse cuenta de que la voluntad de Dios no se hace en la Tierra. En otras palabras, la metanoia comienza cuando el hombre ya no encuentra significados supremos en los acontecimientos externos del mundo y en todo lo que ha sido o todo lo que ha experimentado en su vida. Pero entonces, ¿Dónde habría de hallarlos entonces? Es una idea que se aparta de la vida externa y que en los Evangelios se llama el Reino de los Cielos… De suerte que no ha de sorprendernos ver que en cuanto Jesús termina de explicar a sus discípulos que es cosa bastante inútil tratar de ver la voluntad de Dios en los accidentes y catástrofes del mundo, y les dice que es preciso cambiar de manera de pensar y la actitud frente a ellos. Jesús comienza a entregar la profunda, estimulante y bella idea del Reino de los Cielos por medio de parábolas. Sigamos el relato del Evangelio; Jesús acaba de indicar que los muertos en el accidente de Siloe, no son más deudores o «pecadores» de lo que pueden ser los demás habitantes de Jerusalén, y repite lo que ya había dicho: «No, os digo; antes si no os ‘arrepintiereis’, todos pereceréis asimismo». Y en seguida expone una parábola:

«El señor de la viña tenía una higuera plantada, y vino a buscar fruto en ella y no lo halló… Dijo entonces al viñero: He aquí tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala, por que solo ocupara aun más mi tierra. El viñero entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala aun este año, hasta que la excave y estercole. Y si hiciere fruto bien, y la cortarás sino solo después…» (Lucas, XIII, 6/9)

¿Cuál es la posible relación de esta parábola con el texto que le precede? ¿Qué significado se le puede dar a las palabras: «antes, si no os ‘arrepintiereis’, todos pereceréis así mismo…»? Esta parábola trata del Reino de los Cielos, acerca de lo cual en los Evangelios nunca se habla en forma directa, sino que siempre se le asemeja o compara a alguna cosa, y así se le indica por medio de una ilustración, por medio de un relato o con la ayuda de alguna imagen familiar. Una «parábola» es una comparación, una analogía. Con relación a la idea del Reino de los Cielos, a menudo se compara al hombre con un árbol capaz de dar fruto, o bien se compara a toda la humanidad con una viña. Esta parábola se hace comprensible con relación a los versículos anteriores, si se logra captar algo del significado de las palabras que Jesús dirige a sus discípulos. La humanidad es como un árbol o una viña capaz de dar fruto, y a menos que lo dé, siempre estará en peligro de que se la extermine como cosa «inútil». De ahí las palabras: «todos pereceréis igualmente…» El primer paso, la primera etapa para que el hombre de frutos, es la metanoia, o sea producir en sí mismo cierta transformación mental que ya no le induce a buscar la voluntad de Dios en la Tierra, o tomar la vida externa como fuente principal de significado, ni apegarse a lo que le ha ocurrido a él o a otros en la vida externa. Metanoia es volcar el pensamiento hacia una idea enteramente nueva, y de este modo a una manera enteramente nueva de pensar, a una transformación de la mente como la que produce la idea de que el verdadero significado de la humanidad o del hombre es semejante al de una higuera o una viña cuyo propósito sea dar fruto. En el caso del hombre, es llegar a un «nuevo estado» en sí mismo, interiormente; llegar a una condición que se llama el Reino de los Cielos.

El verdadero sentido de la vida humana en la tierra no ha de hallarse en el mundo exterior o en las cosas de la vida, sino en la idea de una transformación interior que, si ocurriese en el hombre, le conduciría a un estado que se llama el Reino de los Cielos. Así pues, todas las dificultades y desgracias, toda la miseria y sinsabores personales, todas las desilusiones y enojos, y toda la infelicidad, como también toda la felicidad que se experimenta en la vida, son, a la luz del Reino de los Cielos, solo medios que conducen a un fin, y que en sí mismos no tienen el menor significado, y que no tienen nada que ver con aquello a lo cual todos apuntan; la voluntad de Dios. Es esta nueva idea, este cambio mental lo que se sugiere con la palabra ‘metanoia’, tan mal y tan inadecuadamente traducida por ‘arrepentimiento’ en los Evangelios. Con esta nueva actitud hacia la vida, teniendo en cuenta la idea del Reino de los Cielos, todos cambian. Cambia la vida entera de la persona. Se transforma todo el sentido de la vida y de cuanto a uno le ocurre; todas las tragedias, todo el secreto descontento, los pensamientos dolorosos y la sensación de fracaso, todo queda transformado cuando se advierte que lo que realmente importa no es la vida exterior, que no hemos de creer que sea en la vida exterior donde estriba todo lo que es significativo, y que la voluntad de Dios no se hace en ella. Con relación al Reino de los Cielos, esto es la metanoia. La primera noción que podemos formamos del Reino de los Cielos consiste en que es un lugar donde «se hace la voluntad de Dios»… «Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo»… Pero, por lo general, las gentes no solamente suponen que la voluntad de Dios se hace en la Tierra, sino que el Cielo significa algún «más allá» que vendrá después y al que entrará cuando muera, y con la condición de que se haya llevado una «vida buena». Se le contrasta siempre con la idea del Infierno. También se considera el Infierno, no como un estado que el hombre puede alcanzar en la Tierra, sino como un lugar hacia el cual van los malos e «impíos» cuando mueren.

Muchas de las más importantes ideas de los Evangelios se toman de esta manera, como si se tratase de un «después en el tiempo». Estas ideas no son relacionadas al hombre y su vida en la Tierra ahora, o sea con el hombre que existe en el momento presente. Pero, en distintos momentos, el hombre que vive en la Tierra ahora, puede hallarse en un estado mejor o peor. Por un instante puede alcanzar un estado mejor de sí mismo, verlo todo bajo una luz mejor, o puede hallarse en un estado peor y desde ahí verlo todo obscuro. Puede subir o bajar verticalmente. Puede ver las cosas desde un nivel superior o inferior. No hay quien no se dé cuenta de esto. Y estas alzas y bajas, estos momentos de visión interior o de obscuridad que caracterizan la vida de todos, nada tienen que ver con el tiempo ni con el «más allá»… Son estados que el hombre es capaz de lograr en sí mismo, ahora. Corresponden a un movimiento que asciende y desciende, dentro del hombre mismo. De este modo son, por así decirlo, una «vertical». Cuando la persona se encuentra en un estado interior malo, como lo es la sospecha por ejemplo, todas las cosas se conectan de un modo. Cuando las circunstancias cambian ese estado, la persona las ve de un modo muy distinto. Es tan común esta experiencia que no vale la pena acentuar su verdad. Pero el futuro de una persona que se halla en un estado de sospecha, no yace en el tiempo sino en ella misma, en la persona, con relación a sus otros estados o niveles de entendimiento. Puede que la sospecha le arrastre más y más hasta un punto en que le haga obrar de un modo violento e irrevocable. No yace en ningún después, en el mero correr del tiempo, sino que estriba en un cambio en sí mismo. De modo que en el hombre hay siempre dos futuros: uno en el correr del tiempo, y otro en un cambio de su «estado interior». Y acerca de este «futuro interior», acerca de este estado en el hombre, trata casi todo lo que dicen los Evangelios.

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CUARTA PARTE: La ilusión del hombre de que todo es para su "bien".

De ordinario las gentes piensan que el tiempo es progreso y que el mero correr de los días, años y siglos producirá y tiene que producir un mejor estado de cosas. O, cuando piensan en sí mismas, creen que todo será distinto el próximo año, o el siguiente. Pero, esto no es así. La vida permanece la misma. Y nada mejora a medida que la persona envejece. El tiempo no es el factor que produce la transformación del nivel general de la vida ni del individuo. Pero hay una ilusión profundamente arraigada y que obra en todos nosotros: «Mañana será otro día»… «Mañana todo será distinto»… es la idea de que mañana nos traerá una mejora en las condiciones generales. Tan compleja es esta ilusión, que resulta casi imposible desembrollar de ella toda la serie de pensamientos y emociones que la penetran. De un modo u otro, esta es la ilusión que gobierna a toda la Humanidad y a toda persona en particular. Al hallar que la vida es tan difícil e imposible de entender, todos sienten, naturalmente, que siempre hay una puerta abierta, inevitablemente la determinan en el «mañana». O bien piensan que deberían intentar hacer algo, intentar hacer alguna clase de «esfuerzo», pero siempre considerando que hay un mañana. Todo hombre piensa muy sincera y realmente que mañana se le presentará la oportunidad de hacer lo que ha de hacer, y así esquiva el peso que le abruma. Este es un peso que siente la inmensa mayoría; es el peso de la propia incompetencia e incapacidad. Todos esperan el auxilio del mañana. Pero el hecho más importante es que, al pensar en su vida, las gentes lo hacen en términos de pasado, presente y futuro. Piensan en términos de tiempo y no de «estado». De modo que les resulta muy fácil creer que con el tiempo lograrán otro estado, o bien creen en alguna imaginaria «vida futura en el más allá». Pero esta vida futura para un hombre no reside solo en el tiempo, sino también en sí mismo, y consiste en «mudar su estado», y ahora, al darse cuenta de aquel estado en que se encuentra.

Tomemos nuevamente el ejemplo de la sospecha. La persona comienza a entrar en un estado de sospecha, y a medida que progresa, da más y más consentimiento a las ideas y conexiones que le sugiere su estado. Todo psiquiatra sabe perfectamente que cuando este estado pasa de cierto punto indefinible, la locura está cerca. Y la puede diagnosticar. ¿Cuál es el verdadero futuro del hombre? ¿Radica en el tiempo o en alguna otra dirección? En el tiempo, su futuro es una creencia, cada vez mayor, en las ideas hipnóticas que induce semejante estado. Pero el hombre tiene la posibilidad de otro futuro ‘ahora’; o sea la posibilidad de lograr otro estado. Como lo hemos dicho en otras oportunidades, se puede pensar en este futuro que no radica en el tiempo sino ‘ahora’, como en una «vertical que corta el tiempo». Se le puede pensar como un estado que corresponde a una línea erguida y que, como una «escalera», indica estados superiores o inferiores. Si imaginamos el tiempo en un diagrama, como una línea horizontal, y que represente pasado, presente y futuro, la vertical que penetra en el hombre en cualquier momento del tiempo indica la posibilidad de un estado superior o inferior en ese momento. Si queremos entender algo mas del contenido esencial de los Evangelios, esta imaginaria línea erguida que indica los «posibles estados del hombre» es una idea que hemos de asir. Pues los Evangelios tratan íntegramente acerca del logro de estos estados superiores de sí mismo. Pero no en el sentido del mundo, sino en el sentido de la propia vida. No en el mañana, ni en algún «más allá» imaginario, sino en el «ahora».

Y referencia a todo lo que hemos expuesto anteriormente podemos decir que el sentido implícito en la palabra metanoia es algo más que un cambio temporal del estado de un hombre. Pero quién procura abstenerse de todo cambio temporal tampoco alcanza el estado de la metanoia, pues hace esfuerzos para no continuar cediendo a lo que considera su peor rasgo, trata de permanecer en lo que considera que es su deber y así procura llevar una vida justa. Y aunque esté convencido de que tal forma de vida no se debe al deseo de sentirse meritorio, ni de convertirse en un ejemplo para los demás, ni al temor a la policía, o al desprecio social, o a la pérdida de su reputación y buen nombre, sino que se debe a sí mismo… no obstante todo esto, no ha pasado aún por una transformación mental. Piensen en las palabras de Jesús: «si no os arrepintiereis», es decir «si no cambiáis de manera de pensar, todos pereceréis asimismo…», indican que se trata de otra cosa. Aquí hallamos una de las ideas más profundas de la enseñanza psicológica de los Evangelios. Enseñan que es posible lograr una transformación radical, permanente, y su definición técnica es la «metanoia». Pero el hombre no puede alcanzar un nivel superior en sí mismo y permanecer en el, a menos que haya construido en sí mismo una «conexión de ideas» que gradualmente le elevan por sobre su nivel actual. En este sentido, la idea del Reino de los Cielos es una idea suprema. Representa un Bien más elevado. Se encuentra por sobre la vida visible, por encima de la verdad material y de las teorías físicas. Y aunque se la conciba débilmente, da una nueva dirección a la mente del hombre, y crea «nuevas conexiones» en sus pensamientos y sentimientos y abre nuevos medios de comunicación en su comprensión. La idea de la propia evolución, la de la metanoia o transformación de la mente y la idea del Reino de los Cielos, todas están «conectadas» y tienen una relación entre sí. Lo que se ha de entender es que a fin de que esta propia evolución y transformación comience, el hombre tiene que dejar de correr en pos de las pruebas que le aportan los sentidos. Ha de dejar de sacar deducciones de la naturaleza, de los fenómenos y de los acontecimientos y sucesos de la vida. Ha de dejar de ver en la vida externa todo el significado de su propia vida; también ha de dejar de hallar este significado fuera de sí mismo. Tampoco ha de ver la «voluntad de Dios» haciéndose en la vida del mundo. Es preciso darse cuenta de que la persona que llega a la conclusión de que no puede haber nada de lo que la vida misma representa, y que no puede haber Dios debido a las malas condiciones en que esta el mundo, se encuentra en la misma situación (psicológicamente hablando), que los discípulos de Jesús que pensaban que todo cuanto ocurre en la tierra se debe a la voluntad de Dios. La idea de la metanoia y del Reino de los Cielos se encuentra en otra dirección: «El hombre ha de volver la espalda al mundo y verse a sí mismo…»

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QUINTA PARTE: La Parábola del Hijo Pródigo.

Las parábolas de los Evangelios tratan de voltear la dirección en la que el estado en el que se encuentra un hombre lo hace «ver» solo lo externo, imposibilitado de verse a sí mismo, y una de las más significativas es la del Hijo Pródigo. Inmediatamente antes de esta parábola que versa sobre la «metanoia», Jesús habla de la importancia del ‘arrepentimiento’. Dice a quienes le escuchan: «habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente que de noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento…» «Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente…» y en seguida relata la siguiente parábola:

«Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me pertenece’, y les repartió la hacienda. Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió lejos a una provincia apartada; y allí desperdicio la parte de la hacienda que se le dio, viviendo perdidamente… Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una grande hambre en aquella provincia y comenzó a faltar. Y fue y se allegó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentase los puercos. Y era tal el hambre que deseaba henchir su vientre de las algarrobas que comían los puercos, mas nadie se las daba… Y volviendo en sí, dijo: ‘!Cuantos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!… Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de los jornaleros…’ Y levantándose, vino a su padre. Y como aun estuviese lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echo sobre su cuello, y le beso. Y el hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo…’ Mas el padre dijo a sus siervos: ‘Sacad el principal vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y zapatos en sus pies. Y traed el becerro grueso y matadlo, y comamos y hagamos fiesta: Porque este mi hijo que muerto era y que ha revivido… habíase perdido, y es hallado’. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo el mayor estaba en el campo; el cual como vino y llego cerca de casa, oyó la sinfonía y las danzas; y llamando a uno de los criados, preguntó que era aquello. Y se le dijo: ‘tu hermano ha venido y tu padre ha muerto el becerro grueso, por haberle recibido salvo…’ Entonces se enojó y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Más él, respondiendo, dijo al padre: ‘He aquí tantos años que te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado siquiera un cabrito para gozarme con mis amigos: Mas cuando vino este, tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras, y has matado para él el becerro grueso…’ El padre entonces le dijo: ‘tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Mas era menester hacer fiesta y holgamos, porque este tu hermano, muerto era, y ha revivido; habíase perdido y es hallado’…» (Lucas, XV, 11/32).

Esta maravillosa parábola demuestra como el hombre «vuelve en sí», quién tras haberlo buscado todo en la vida, cambia de dirección. Es muy interesante observar que en esta parábola se muestra al Hijo Prodigo en aquel estado en que uno se ha perdido, según lo indican las palabras: «Y volviendo en sí…» Una versión más literal dice: «Cuando volvió a si… (είς έαυτον δε έλθων)». Pero las gentes la relacionan con una idea literal de dispendio, como de dinero, o un malgasto de una herencia. La mayoría imaginan a un joven reducido a la miseria y comiendo las algarrobas de los puercos. No piensan que esta parábola hace referencia a ellas mismas, a las gentes, y que se refiere al «estado psicológico» en que ellas mismas se encuentran, a un estado de «perdición» en el que la persona efectivamente anda perdida. Es un estado en el que nos encontramos todos. Un estado en el que el hombre se pierde a sí mismo y en el que todas las formas externas de la vida, en el que todas las exterioridades le nutren tan poco, como las algarrobas de los puercos. Se ha dicho ya que una parábola es una comparación. Su sentido literal o físico o sensual es una cosa; su verdadero significado yace en un nivel superior a los sentidos. Tenemos, entonces, que una parábola es una «maquina transformadora de significados». Transforma el de un nivel inferior en uno de nivel superior. Tiene un significado literal, y también uno «psicológico», que es por entero diferente. Una parábola es un medio por el que se puede indicar un significado mayor, separándolo de las palabras o de las imágenes que emplea. Estas poseen distintos significados, así como superiores, también inferiores, y tal es el motivo por el que se las usa comúnmente en todos los Evangelios.

El significado de una parábola siempre es psicológico; jamás literal ni físico. La parábola obra como un puente entre dos niveles de significado, el sensual y el psicológico. Hay una parte en los Evangelios que dice que Jesús hablaba a las gentes solo por medio de parábolas, pero que a sus discípulos les daba una enseñanza directa en privado. Y ha de tenerse siempre presente que se cita en los textos a Jesús diciendo a quienes le oían y no podían entenderle que «no tenían oídos para oír, ni ojos para ver»; es decir que su entendimiento estaba cerrado y que todo significado psicológico e interno les era incomprensible, ya que lo tomaban todo demasiado al pie de la letra refiriéndolo al dominio exterior, el de los hechos y acontecimientos físicos. La Parábola del Hijo Pródigo no se refiere a un joven que desperdicia su fortuna. Hace referencia a todo hombre que nace en este planeta llamado Tierra. Pero la última parte no se refiere en forma alguna a todos, porque son muy contados los que se dan cuenta de su situación y «vuelven en sí». Y este es el momento de la «metanoia». Ha de tenerse en cuenta que la parábola no dice que el hijo se ‘arrepiente’, sino que «vuelve en sí», y al darse cuenta de su situación comienza a huir del poder de las exterioridades. En parte alguna habla de ‘arrepentimiento’. Solo se menciona cierto «cambio en la mente» descrito como «volver en sí» y que en la enseñanza que precede a la parábola se indica que es la metanoia: una transformación del pensamiento, una manera enteramente nueva de pensar y así encarar la vida.

“La persona ha de volver la espalda al mundo y verse a sí misma…”

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Sw. Veet Agustin

Cuarto Camino-Gurdjieff

Cuarto Camino-Gurdjieff

Solamente aquellos que adquieren el conocimiento necesario del material accesible a todo el mundo, pueden esperar a pasar al siguiente escalón, en el cual les será brindada ayuda individual directa… Un hombre puede esperar tener acceso al esoterismo si ha adquirido una comprensión correcta del conocimiento ordinario, es decir, si puede encontrar su camino a través del laberinto de sistemas, teorías e hipótesis contradictorios, y comprender su significado y su significación generales. Esta es una prueba, es algo así como un concurso abierto a toda la raza humana, y la idea de un concurso por si sola explica porque el círculo esotérico aparece como renuente a ayudar a la humanidad. No es renuente. Todo lo que es posible para ayudar a un hombre se hace, pero los hombres no harán, ni pueden hacer por su cuenta los esfuerzos necesarios. Y no pueden ser ayudados por la fuerza…
P.D. Ouspensky

¿Se pueden detener las guerras?

Gurdjieff

¿Se pueden detener las guerras?

Para "poder hacer” primero hay que “SER”.

Gurdjieff
— ¿Se pueden detener las guerras?… pregunto alguien.
— Las guerras no pueden ser detenidas… La guerra es el resultado de la esclavitud en que viven los hombres. Estrictamente hablando no se puede culpar a los hombres por la guerra. En su origen hay fuerzas cósmicas e influencias planetarias. Pero los hombres no oponen ni sombra de resistencia a estas influencias, y no pueden hacerlo porque son “esclavos”… Si fuesen hombres desarrollados, y por lo tanto «capaces de hacer», serían capaces de resistir a estas influencias y de abstenerse de matarse entre ellos.
— Pero ¿seguramente aquellos que lo comprenden pueden hacer algo? Si un número suficiente de hombres llegase a la conclusión categórica de que ya no debe haber más guerras, ¿no podrían influir sobre los demás?…
—Aquéllos a quienes disgusta la guerra han estado tratando de hacer eso casi desde la creación del mundo, dijo Gurdjieff, y sin embargo, nunca ha habido guerras como las presentes…. Las guerras no están disminuyendo, están aumentando, y no pueden ser detenidas por medios ordinarios. Todas estas teorías acerca de la paz universal, sobre conferencias sobre la paz, etc., son nuevamente simple pereza e hipocresía. Los hombres no quieren pensar en sí mismos, no quieren trabajar sobre sí mismos, no piensan sino en los medios para llevar a los demás a que sirvan a sus caprichos.
Si se llegase a formar efectivamente un grupo suficiente de hombres deseosos de detener las guerras, comenzarían primero por hacer la guerra contra aquellos que no estuvieran de acuerdo. Y es aún más seguro que harían la guerra contra quienes también quisieran detener las guerras, pero en forma diferente. Y así, ellos pelearían. Los hombres son lo que son y no pueden ser diferentes. La guerra tiene muchas causas que son desconocidas para nosotros. Algunas causas están en los hombres mismos, otras están fuera de ellos. Hay que empezar por las causas que están en el hombre mismo.
¿Cómo puede el hombre ser independiente de las influencias exteriores, de las grandes fuerzas cósmicas, cuando es esclavo de todo lo que lo rodea?… Está en poder de todas las cosas a su alrededor. Si fuese capaz de liberarse de las cosas, entonces podría liberarse de las influencias planetarias.
Libertad, liberación. Ésta debe ser la meta del hombre. Llegar a ser libre, escapar de la servidumbre —es por esto por lo que un hombre debería luchar cuando haya llegado a ser, aunque sea un poco, consciente de su situación. Es la única salida para él, porque nada es posible mientras siga siendo un esclavo interior y exteriormente. Pero no puede dejar de ser esclavo exteriormente mientras interiormente siga siendo un esclavo. Por consiguiente, para llegar a ser libre tiene que conquistar la libertad interior.
MON Cuarto Camino-Gurdjieff “La primera razón de la esclavitud interior del hombre es su ignorancia, y sobre todo, su ignorancia de sí mismo. Sin el conocimiento de sí, sin la comprensión de la marcha y de las funciones de su máquina, el hombre no puede ser libre, no puede gobernarse y seguirá siendo siempre esclavo, y el juguete de las fuerzas que actúan sobre él… Esta es la razón por la cual, en las enseñanzas antiguas, la primera exigencia al comienzo del camino de la liberación, era: «Conócete a ti mismo».”
G.I. Gurdjieff

Cuarto Camino-Gurdjieff

Cuarto Camino-Gurdjieff

La “Observación de Sí” con todo lo que implica su tentativa en la práctica, esto es: sin intromisión, sin juicio, sin cuestionamiento, como ejercicio cotidiano deberá durar por mucho tiempo, por muchos años si es necesario, antes de ver claramente lo que nos falta y poder empezar a hacer algún cambio directo en nosotros mismos.
Una «doble atención» debe ser originada en nuestros Centros, que en nuestra condición no tienen sino una sola atención, en el cuerpo o en el sentimiento. Por eso en el “trabajo sobre sí” a estos primeros “esfuerzos” se les considera solo como “tentativas”.
Debemos comprender que el fundamento de todas las tentativas prácticas en el trabajo son la “observación de sí” y el “recuerdo de sí”, pues sobre estas giran todos los esfuerzos conscientes, pues son estas las que nos encaminan a conseguir el tercer estado de consciencia, la “consciencia de sí”.
(M.O.N.).

Un camino de comprensión

gurdjieff

Un camino de comprensión

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El Cuarto Camino es un camino de comprensión que debe ser vivido. Mi comprensión se mide según la manera en que vivo.
Existo exactamente según la medida de mi comprensión. No puedo decir que entiendo lo que quiere decir «estar presente». No es verdad, porque no lo vivo.
Cuando existo de otra manera, sin estar presente, es que hay algo que no comprendo. Pero, tal como soy, nunca lo comprenderé, a menos que una pregunta se levante en mí.
¿Cuál es el esfuerzo que llamamos «trabajar»?…
¿Qué es lo que buscamos obtener?…
¿Qué comprendo hoy, qué necesito comprender?…
Siempre queremos cambiar algo en nosotros porque no nos gusta. Éste no es un punto de partida justo. No está basado sobre la comprensión y lo que no parte de la comprensión no puede ser confiable.
¿Sobre qué comprensión de mí mismo apoyo hoy mi esfuerzo?…
Sólo me puedo comprometer en la medida de mi comprensión.
La comprensión depende de mi estado de ser, de mi estado de Presencia.
Las impresiones conscientes forman la base de la comprensión.
Lo que experimente en un momento de conciencia es lo que comprendo. Desafortunadamente no permanezco consciente. En el momento en que mi estado cambia, y mi conciencia disminuye, mi comprensión se pierde. En seguida es tomada por mi «pensamiento asociativo» y mis «emociones automáticas», mis medios ordinarios que la roban para pretender que es suya y servirse de ella. Hay que conocer este hecho inevitable para no ser engañado.
La comprensión es un tesoro precioso que debe entrar como un elemento vivo en el esfuerzo siguiente que yo haga. Si ella entra con claridad, puede dar un impulso que será justo y llevará a una impresión consciente, a una comprensión nueva.
Hay que tener cuidado para no permitir que esa impresión nueva sea traicionada por mis medios ordinarios. De otra manera, será enturbiada y acompañada por asociaciones indeseables.

Sé como eres

Mawlana-Sheikh-Nazim

Sé como eres

«Sé como eres. No te fabriques ni te conviertas a ti mismo en «algo importante». En nuestros tiempos, todo el mundo está ocupado inflándose a si mismo, con el resultado de que la luz se ha extinguido y se ha alimentado el mal. Pero cuando la sinceridad prevalece el mal huye de la reunión… este es el poder de la sinceridad. Por lo tanto pido a mi Señor estar siempre entre sus siervos sinceros… Y pido a mi Señor que me haga ser misericordia para ustedes, no un medio de castigo, debido a mis pecados. El Todopoderoso me ha honrado haciéndome un siervo para todos ustedes; aunque estoy hablando, no soy vuestro maestro sino vuestro siervo, que les trae orientación espiritual en esta ocasión…»
Mawlana Sheikh Nazim.
Mawlana-Sheikh-Nazim

¡Mawlana!

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Sw. Veet Agustin