Érase una vez…

Érase una vez Caperucita, su abuelita y el lobo Feroz.

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Un día, viendo que las cosas no iban del todo bien, que llevaban unas vidas un tanto ajetreadas y complicadas, y, sobre todo, que estaban cansados de vivir siempre el mismo cuento, decidieron ponerse manos a la obra y hacer un buen trabajo terapéutico…
… Caperucita decidió dejar de hablar con lobos seductores, manipuladores y mentirosos que la engañaban y la hacían andar más de la cuenta por caminos largos y complicados.
… La abuelita decidió dejar de abrir la puerta a lobos que se hacían pasar por tiernas niñas, aunque peludas y con la voz ronca. Decidió además dejar de vivir en una casa aislada en medio del bosque y se compró un pisito en la ciudad. También contrató a una asistenta para que la cuidase y le hiciera la compra, a fin de evitar que su nieta tuviese que llevarle provisiones atravesando un bosque lleno de lobos mentirosos y peligrosos. Porque la abuelita, gracias a la buena fe de su hija y su nieta, había ido ahorrando con el tiempo dinero de sobras para pagarse el pisito y la asistenta.
… Y el lobo Feroz decidió dejar de disfrazarse de abuelita y de meterse en camas ajenas para cazar. Vio que era más fácil cazar conejos en el bosque que complicarse la vida engañando a niñas y abuelas usando disfraces… Es decir, decidió ser un lobo de verdad, un lobo auténtico.
Y colorín colorado, el cuento se ha acabado…
¡Definitivamente!
Para descanso y felicidad de sus tres protagonistas.
Moraleja: quizá para empezar a ser felices de verdad lo que toca es empezar a ser sinceros con nosotros mismos, para vernos tal cual somos, pedir ayuda si la necesitamos y, en definitiva…
¡Dejarnos de cuentos!

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Alex Rovira, «La Brújula Interior»