Estado de vigilancia

Nuestra naturaleza verdadera, lo desconocido que no puede ser nombrado porque no tiene forma, puede ser percibido en el paro entre dos pensamientos o dos percepciones. Esos momentos de paro, de «stop», constituyen una apertura al instante, a una Presencia sin fin, eterna. Habitualmente, no podemos creer en ella porque pensamos que lo que no tiene forma no es real. Entonces, dejamos pasar la posibilidad de una experiencia del Ser.
Es el miedo de no ser nada lo que nos empuja a colmar el vacío, a desear adquirir o a llegar a ser. Y es ese miedo, consciente o no, el que provoca la destrucción de nuestra “posibilidad de Ser”. No podemos hacer desaparecer ese miedo por un acto de voluntad o por nuestros esfuerzos para liberarnos de él. Oponer un deseo a otros deseos no hace más que engendrar una resistencia, y la comprensión no puede venir de una resistencia. Sólo podemos ser liberados de ese miedo en la “vigilancia”, al tomar conciencia de él. Con lucidez, debemos ver el conflicto de los deseos contradictorios en el cual vivimos. No se trata de concentrarse en un solo deseo, sino de liberarse del conflicto engendrado por la avidez. Con la disolución del conflicto llega la tranquilidad. La realidad se revela.
La meditación es la forma más alta de la inteligencia, una intensa “vigilancia” que libera la mente de sus reacciones y que, por ese hecho y sin ninguna intervención voluntaria, produce un estado de quietud.
Se necesita una energía extraordinaria, que sólo puede aparecer cuando no hay ningún conflicto en nosotros, cuando el ideal, las creencias, la esperanza y el miedo han desaparecido por completo. Entonces, no aparece una contemplación, sino un estado de atención en el que ya no hay nadie ni para participar ni para identificarse con la experiencia.
Ya no hay, pues, experiencia. Comprender ese hecho es importante en el más alto grado para aquel que quiere saber lo que es la verdad, lo que es Dios, lo que está más allá de las construcciones de la mente humana.
En ese “estado de vigilancia”, no hago nada, estoy presente. La mente está en un estado de atención en el que hay una lucidez, una observación sin opción de todo lo que pienso, de todo lo que experimento, de todo lo que hago. La mente puede concentrarse sin fronteras. Ese estado crea una quietud y cuando la mente está perfectamente en calma, sin ilusión alguna, «algo» que no es construido por la mente, lo inexpresable con palabras, empieza a existir.