La prueba PCR no sirve para detectar carga viral, y otras mentiras para una sociedad durmiente

Ser innovador lleva implícito un castigo social, un apartamiento, críticas, censura, el vacío y, en el caso más extremo, la muerte, porque supone salirse de unos raíles por los que transitamos tranquilos, incluso con los ojos cerrados, y suele haber variados intereses en que todo siga como está. Galileo es el arquetipo por excelencia de ese salirse de las normas, aunque sea a riesgo de amenaza de excomunión o incluso de perder la vida. No hay que olvidar la suerte que corrió la de Prisciliano, a quien Calvino le cortó la cabeza en Tréveris, o la de Miguel Servet, quemado en la hoguera por atreverse a decir que la sangre circulaba, o la del gran Giordano Bruno, que fue condenado por la osadía de sospechar que podía haber otros mundos habitados. Su estatua de bronce de tamaño descomunal, se yergue en el Campo de’Fiori, en Roma, para gloria y, a la vez, vergüenza de todos. ¡Cuánto dolor al echar la vista atrás, y cuánto dolor al ver nuestro presente! ¡Qué poco hemos cambiado! Sigue habiendo muchos Galileos y Giodanos en nuestro tiempo, viviendo en las catacumbas, con los cuales tenemos el mismo comportamiento “paleto”, cerrado, injusto, interesado e intolerante que antaño, de la mano, claro está, de los poderes fácticos, léase la ciencia, las instituciones, la política o los medios de comunicación al servicio de los anteriores. Los mártires de hoy se llaman Ryke Hamer, Max Gerson, Stanislav Burzynski, Andrew Wakefield, Ruth Drown, Linus Pauling, Nicola Tesla, Stanley Meyer, John Kancius y todo aquel que se atreva a discrepar de la corriente del momento. Excepto dos o tres nombres, he citado solo a científicos relacionados con la salud y, más en concreto, con la cura del cáncer y los efectos secundarios nocivos de algunas vacunas. Un tema intocable muy candente, sobre todo, a raíz de esta dichosa epidemia con la que no cesan de manipular y envenenar al personal. A la sociedad le falta adultez. Quizá tenemos demasiados juguetes y distracciones que nos alejan del verdadero crecimiento.

Los medios de comunicación, en mayor o menor medida, están al servicio del sistema, no solo los que el gobierno financia para que escondan sus múltiples y variadas corrupciones, ilegalidades y fechorías, sino los privados que, supuestamente, están en contra y defienden la legalidad. Es cierto que hay matices de discrepancia, pero todos caminan en fila india por la estrecha pauta de los raíles aludidos. En cuanto a la epidemia –que es lo básico en estos momentos—, la crítica al gobierno es sobre las cifras de muertos, que no cuadran, si van al funeral o no, si Illa parece un nosequé  o Simón es un hortera sin empatía que se fotografía con chupa de cuero y moto, al estilo Johnny Halliday en los sesenta.  Pero ni una palabra de lo esencial de la epidemia. No solo no critican el confinamiento, el uso de la mascarilla, la prohibición de abrazos o las pruebas PCR, sino que piden más, incluso la vacuna, y aplauden a los ciudadanos “buenos” que siguen las consignas de estos majaderos gobernantes, y nos llaman irresponsables e insolidarios a quienes, utilizando nuestro discernimiento nos atrevemos no solo a ir sin mascarilla y a dar abrazos, sino a dudar de absolutamente de todas sus consignas de muy, pero que muy dudoso origen y fin. No les he oído nunca cuestionar el uso del bozal, haciéndose eco de opiniones de profesionales de renombre. No les he oído poner en duda el uso de la mascarilla en espacios abiertos. No les he oído hablar de la inutilidad de la prueba PCR, el test más seguro, según la oficialidad. Es cierto que la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa) se lleva utilizando desde hace años para detectar la cantidad de presunto virus en los supuestos portadores. En el caso de la Covid-19, si la prueba detecta ARN del virus, el resultado es positivo, es decir, la persona está contagiada y, por tanto, debe someterse a confinamiento. En cambio, si la PCR no detecta el material genético del virus, la persona no está infectada. Esto es la teoría, que llevan a la práctica con el rango de sacramento. Sin embargo, cada vez es mayor el número de científicos que aseguran que la prueba no sirve, porque la PCR solo amplifica el ADN. Es más, el más acérrimo disidente a la prueba PCR es el propiopcr creador de la misma, Kary Mullis, doctor en bioquímica de la Universidad de Berkeley (California), por lo cual recibió el Premio Nobel de Química en 1993. Aseguró hasta la saciedad que la prueba de diagnóstico mediante PCR no sirve para medir cargas virales, porque lo que detecta es un fragmento del material genético de un patógeno o microorganismo, es decir, lo que los virólogos denominan  exosoma. Esto lo dejó plasmado en un libro que publicó con el virólogo Steven Lanka y en un congreso en Colombia dijo de viva voz que habría renunciado al Nobel si hubiera sabido el uso que se le iba a dar a su invento. De ahí la confusión difundida sobre los falsos positivos y los asintomáticos. Un asintomático, querido lector, es una persona sana. Sé que esto puede ir incluso contra la ley, en este caso, la ley del más fuerte, no del que tiene más razón.

Los políticos –a los que supuestamente no habíamos elegido para esto— son los grandes ejecutores de los poderes que mueven la Organización Mundial de la Salud, organismo corrupto donde los haya, y el gran pirómano bombero de esta epidemia-farsa, para hacerse con el poder global. Es la misma sociedad que en la antigüedad se arrodillaba ante los eclipses, de la mano del jefe de la tribu, quien se auto otorgaba el poder de crear tal prodigio por estar tocado por la mano de dios. Somos igual de crédulos, aunque manejemos tecnologías imposibles. Pero esta credulidad  es más llamativa en ciertos periodistas no adscritos al mal, que conociendo incluso algunos complots como el 11-M o las conspiraciones de las cloacas políticas, policiales y judiciales, no caigan en la cuenta de que hay que ir más allá de lo aparente para descubrir un hilo de verdad e ir hilvanando el ovillo.

En los años que llevo en el mundo, metiendo mis narices, muchas veces donde nadie me llama, y enterándome de cosas que mejor no quisiera saber, he podido comprobar que las tramas, las conspiraciones y los complots, para los cuales son necesarias las cloacas, funcionan en todos los órdenes y estamentos, y a todos los niveles, desde los concursos de mises al Premio Planeta, pasando por los Nobel o los Juegos Olímpicos. Cuanta más altura, mayor cloaca y, por tanto, mayor corrupción. Incluso las “santas” designaciones de obispos e incluso papas tienen su cloaca, y nada es por casualidad.

Las cloacas de la ciencia son nauseabundas y las de las publicaciones científicas lo mismo. Por eso, cuando se nos argumenta “según dice la ciencia” o “según los científicos”, hay que saber que se hace referencia a la ciencia adscrita al sistema, es decir, a los científicos que no han descubierto nada innovador que pueda poner en peligro las viejas estructuras, aunque suponga un beneficio para la humanidad. Muchas veces se refiere a aquellos que han comprado el figureo de su nombre, su prestigio y su popularidad. Por ejemplo, los partidarios de la red 5G, los enemigos del MMS, de las cámaras hiperbáricas o de la tecnología GDV como método de diagnóstico, o los que están cerrados a cualquier investigación sobre el cáncer fuera de los protocolos de la medicina alopática.

Cuento esta anécdota para terminar. Hace unos días recibí un mensaje de wasap con el siguiente texto escrito en mayúsculas: “Amigo o conocido: si llegas a ser diagnosticado como positivo de la Covid-19 y nos hemos visto en los últimos quince días, por favor, avísame, no para juzgarte sino para estar pendiente de mi salud y la de mis seres queridos. Mil gracias. Te invito a compartir. Es una forma de cortar la línea de contagio. Esta sí es una cadena que vale la pena difundir. Esto es muy importante”. Esto sí que es ser un buen corderito dispuesto para el matadero. Por supuesto, no lo compartí, pero me tomé el trabajo de contestarle, aunque apuesto que lo borró antes de acabar de leerlo. O no, porque nunca se sabe cuándo está abierta la rendija del despertar y, de pronto, encaja la pieza en quien menos esperamos. Esta fue mi respuesta, políticamente incorrecta y absolutamente contracorriente: “Si estás contagiado, no me avises ni digas que has estado conmigo. No quiero ser controlada y mucho menos que me diagnostiquen con la PCR en la que no creo. Mi punto de mira está en la salud, no en la enfermedad. Por tanto, no quiero entrar en el bucle nefasto del rebaño. En lugar de estar tan preocupados y atemorizados, ocupémonos de llevar una alimentación sana para mantener fuerte nuestro sistema inmunitario, hacer ejercicio, respirar aire puro, evitar la crítica y los juicios, los pensamientos y las emociones tóxicas, jugar con los niños y las mascotas, compartir con familia y amigos, oración, meditación, música, arte, risas, baile, buena lectura… Todo ello refuerza nuestras defensas, nos da paz y, además, influye de manera positiva en el inconsciente colectivo. Es mi receta, que escribo especialmente para ti, por si te sirve. Si eres mi amigo, gracias por permitirme seguir en el anonimato”.

No creo que i mensaje se haya hecho viral, pero seguro que alguien se interesó por saber algo más sobre la PCR y su creador Kary Mullis. Por cierto, falleció en agosto pasado, he leído que de neumonía. Raro, raro, raro. Si viviera, no pararía de sacarles los colores, tanto a la OMS como al resto de defensores de las pruebas PCR y a los inventores de los “asintomáticos”. Su partida fue muy oportuna. Es una de las muertes que tengo pendientes de investigar, igual que la de René Quinton, el gran descubridor de las propiedades sin límite del agua de mar, del que desconocía hasta hace unos días que había tenido una muerte sospechosa. No ganamos para sorpresas. Pero así es este mundo, en manos de los peores elementos de la especie humana. Toca ir con la lamparita en medio de la noche tormentosa llevando un poco de luz, con mucho cuidado de que el soplido del dragón no la apague. Un millón de bendiciones a los guerreros de la resistencia. No importa que no nos conozcamos. Todo es vibración, y nada se pierde. Cada pensamiento o acción buena encuentra su lugar en el inmenso campo cuántico.

 

Más datos sobre la farsa plandemia.

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Sw. Veet Agustin

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Periodista digital